Elegy, crítica.

El ruido de los pasos al andar, como el pie descansa sobre el zapato, un sonido pequeño, mientras te mueves hacia el coche, rodeado de columnas que te vigilan, rodeado de ese silencio que te acompaña que hace cada sonido grande. Porque la soledad precisamente tiene esa capacidad la de hacer grande cualquier murmullo, la respiración, el meter la llave para abrir el coche, todo se amplifica…Me pregunto a veces si esa sensación, ese andar a media noche sólo, esa mirada al espejo retrovisor al sentarnos, y dar al contacto es realmente soledad, yo al menos la imagino en parte así.

Isabel Coixet demuestra una vez más conocer bien el lenguaje para darnos imágenes, silencios que por sí mismos resultan más evocadores que los diálogos. El miedo a envejecer, el miedo a comprometernos, la búsqueda desesperada y frustrante de un determinado concepto de amor idealizado, el dolor, la muerte y la traición. Es un recorrido amplio el que se hace en la película, pero cada una de esas cosas consiguen llegar, consiguen tocarte un poco, y así algunas escenas se convierten en suaves caricias que te rozan y que hacen que acabes con la piel erizada, con los recuerdos abordándote. No hablo de nostalgia, hablo de poder mirar de frente a las sensaciones pasadas, y también ver parte de nuestros temores en la pantalla.

La película se enmaraña quizá demasiado hacia el final, pero poco importa cuando el cometido se ha cumplido con creces, y te han logrado emocionar con una historia. Coixet y su sensibilidad, y Penélope Cruz y su buena interpretación bien merecen pagar la entrada del cine. 8,25