lunes, 25 de mayo de 2009

La venganza tardía.



Los rostros que se van transformando en testigos de nuestros excesos y de nuestras vivencias, suelen ser un buen modo de comprobar como ha ido transcurriendo el tiempo, el cuerpo en general muestra más de lo que queremos nuestras oscilaciones. Recuerdo que hace unos años en mi universidad había un chico andaluz semiguapo y algo pijo al estilo andaluz que siempre iba moreno y que se estaba quedando bastante calvo, pero a su modo tenía atractivo, quizás más cuando no hablaba que cuando lo hacía. El caso es que tenía una obsesión efermiza por su imagen que además aumentaban sus amigas que actuaban a modo de coristas repitiendo sin sentido lo 'guapo que era', ayer estaba en el facebook y estaban descatadas unas fotos suyas de una boda.

En circunstancias normales hubiera pasado pero me dio curiosidad y le di a las fotos, me encontré con ese tiempo duro, sin compasión. Esa entelequia abstracta que te surca el rostro de arrugas, que convierte tu tono de piel en un moreno terroso que sólo se obtiene tras sesiones intensas de rayos uva y de un sol lejano experto en curtir rostros. Los ojos se hunden y parecen desubicados, y el pelo ha pasado a ser una suerte de peluquín de forma sospechosa y aspecto un tanto extraño. Sí, el declive de algunos va en la misma proporción en la que intentan detenerlo, porque en ese intento, se pierde la perspectiva y de tanto mirarnos de cerca el conjunto se pierde, lo mismo que cuando miramos un cuadro, y un cuadro es en lo que acaban convertidas esas personas. Si a todo este le añadimos los complejos propios de un pijo andaluz, o un wannabe pijo rodeado de pijas peperas con pamela, el horror estético es tal que uno acaba por obtener una suerte de venganza dulce. Porque nadie debe engañarse con el falso buenismo, la decrepitud de quien un día se portó mal contigo es un caramelo.

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